Comentario
Bien es sabido que la introducción del torno de alfarero, los hornos con estructura permanente y tiro controlado, así como la pintura aplicada para ser cocida junto a la pieza son técnicas llegadas a las tierras del interior desde los pueblos limítrofes de cultura ibérica. En el momento actual ya tenemos un cierto conocimiento de la existencia de alfares, como centros de producción de vasos a torno pintados asimilables a los conocidos en el ámbito de los iberos. De todos modos, el grueso de las manufacturas torneadas celtibéricas no ofrece rasgos a destacar desde el punto de vista estético, con un catálogo tipológico de formas que, aunque recuerda con cercanía los vasos ibéricos, hace patente la singularidad de las vasijas celtibéricas.
Se decoran casi siempre con series de motivos geométricos: círculos y semicírculos concéntricos, ondas, bandas entrelazadas, meandros..., que contribuyen a homogeneizar las manufacturas cerámicas a lo largo de todo el ámbito geográfico del interior peninsular. No obstante, la reciente localización de alfares, con sus hornos, testares y obradores, como por ejemplo en Coca, Padilla de Duero o Roa, dentro del Duero Medio, habrá de contribuir en el futuro a diversificar las producciones, e incluso a poder referirnos a talleres o maestros concretos. Sin embargo, no por ello las gentes de estas comarcas perdieron su manera de confeccionar manualmente vasijas, algunos de cuyos modelos -vasos trípodes, cajitas excisas, cuencos incisos o estampados...- evidencian un apreciable contenido estético vinculado al ámbito de lo céltico que subyace en el sustrato cultural de estos pueblos.
Mientras la investigación avanza en la línea de como viene haciéndolo el estudio de la cerámica ibérica, la serie alfarera con una mayor e indudable personalidad es la cerámica numantina. Será sobre vasos torneados, técnicamente herederos de la cerámica ibérica, donde los artesanos numantinos lleven a cabo un trabajo destacable, durante los siglos II y I a. C., cuando ya los romanos habían hecho acto de presencia en la zona. Dos son los rasgos que F. Romero, asiduo estudioso de este conjunto, destaca en la estética de los vasos numantinos: las relaciones forma-decoración y las sintaxis compositivas. Sobre estas bases y haciendo uso de soportes monocromo o policromos, se conjugaron a la perfección temas geométricos y figurativos, definiendo en estos últimos una iconografía -zoomorfa y humana- de gran significación, no sólo en lo ornamental, sino en su simbolismo religioso.
Sirva de explicación a nuestro texto el recuerdo del denominado vaso de los guerreros que se conserva en el Museo Numantino de Soria. En este cuenco polícromo el maestro numantino nos muestra la lucha entre dos guerreros, presentada en un friso corrido de temas figurados; no parecen pertenecer a una escena única, sino agruparse en cuatro unidades distintas, seguramente inscritas en la narración de un mismo acontecimiento y compartiendo, eso sí, todas ellas un mismo concepto estético. El tema sobresaliente, sin duda, es el momento del combate de dos guerreros cubiertos con casco y armadura; el primero con lanza y rodela y el segundo con escudo y espada de tipo céltico. Como motivos complementarios dos caballos y aves fantásticas, y un tercer personaje con faldellín y grebas, al que le falta la cabeza. Es evidente que en todo el desarrollo de la pintura la mano del artista se ha guiado por un gran esquematismo y ahorro de líneas, propio de la personalidad artística de lo celtibérico, que no impide el reconocimiento de lo representado.